Friday, July 3, 2020

The Birth of Old Glory de Percy Moran. Betsy Ross, la mujer que según la leyenda diseñó la bandera estadounidense, la presenta a los representantes del Congreso Continental: George Washington, George Ross y Robert Morris, 
LOS ORÍGENES DE EE.UU. 
LA COLONIZACIÓN BRITÁNICA DE NORTEAMÉRICA EN EL XVII Y XVIII
A partir del siglo XVII, sucesivas oleadas de colonos británicos se irían asentando en los territorios de la costa este de América del Norte; les movían las más diversas motivaciones, que iban desde las estrictamente económicas hasta las religiosas. Se trató de una colonización marcada por el desorden y la improvisación, llevada a cabo en los momentos iniciales por compañías comerciales como la de Londres o la de Plymouth, una colonización que, casi desde el principio, estuvo determinada por la existencia de dos modelos socioeconómicos diferentes, uno en las colonias del sur, el otro en las del norte. 
Los primeros asentamientos se produjeron en lo que sería la colonia de Virginia, en la bahía de Chesapeake, donde algo más de un centenar de colonos, bajo el amparo de la Compañía de Londres y dirigidos por John Smith, fundan la ciudad de Jamestown en 1607. Se trataba de un grupo variopinto formado por nobles de bajo nivel, artesanos, campesinos y todo tipo de aventureros, que tuvieron que hacer frente desde el principio a las adversidades naturales y a los conflictos con los indígenas. Los nuevos colonos pronto entrarán en contacto con una nueva planta, la del tabaco, que en poco tiempo y a lo largo de la década de 1610, se irá convirtiendo en la base económica de la nueva colonia y el motor de sus exportaciones. A pesar de la creciente presión de los nativos indígenas (masacre de Jamestown en 1622), la colonia se consolidará. Las condiciones ambientales duras y la falta de mano de obra propició pronto el recurso a la esclavitud, y en 1619 llegaron los primeros esclavos negros, bien adaptados a los veranos calurosos y húmedos, llenos de mosquitos, del sur de Virginia. Con la expansión de la esclavitud se consolidarían los grandes latifundios, pues la Compañia de Londres ofrecía 50 acres de tierra a cada colono, pero cedía 2.500 acres si se poseían 50 esclavos. Se iba así confeccionando un modelo económico agrario de base latifundista y esclavista, que se mantuvo cuando la colonia pasó posteriormente al control de la corona. Este modelo se extendería después a otras colonias cercanas como la vecina Maryland (colonia real fundada inicialmente por católicos), y sobre todo hacia el sur, con el surgimiento de Carolina del Norte, Carolina del Sur y finalmente, en 1732, Georgia, la última de las trece colonias que dieron lugar a los Estados Unidos. Todavía más al sur se encontraban ya las tierras del Imperio español, en la península de Florida, donde se había fundado el primer asentamiento colonial que prosperó y se consolidó en el actual territorio estadounidense, la ciudad española de San Agustín, fundada en 1565.
John Smith, sentado en el barril,  negociando con Powhatan y otros líderes de las tribus nativas para obtener alimentos. Fuente: www.virginiaplaces.org



En enclave de Jamestown, al sur de Virginia, fue la primera ciudad fundada por los ingleses en América del Norte.
Fuente: www.americanhistoryusa.com
Jamestown Settlement es un museo de historia viviente que recrea la realidad del primer asentamiento británico en América del Norte. Fuente: Wikipedia.





El proceso de colonización de Norteamérica se vio acelerado a partir de la década de 1620, cuando empezaron a llegar colonos a zonas situadas más al norte, donde se iría conformado una realidad social y económica diferente. En 1626 los holandeses habían creado Nueva Amsterdam (aunque pronto la presión inglesa forzarían a su rendición, pasando a control británico en 1664) y crecía y prosperaba la colonia de Quebec, creada por los franceses en la desembocadura del río San Lorenzo en 1608. Sin embargo, el hecho más destacable fue la llegada a la actual costa de Massachusetts de 102 colonos a bordo del Myflower y la fundación en 1620 de la colonia de Plymouth. Son los conocidos como Padres Peregrinos en la mitología fundacional estadounidense. Desviados 800 kilómetros de su objetivo inicial, la colonia virginiana de Jamestown, los inicios de la nueva colonia resultaron durísimos, pues no eran campesinos y desconocían como sobrevivir en unas tierras que se les presentaron pronto hostiles y salvajes. Cerca de la mitad moriría en los siguientes meses, pues su llegada se produjo en pleno otoño y el crudo invierno de la zona se cernió demasiado pronto sobre la nueva comunidad. Tan solo la ayuda de los indios, que les enseñaron a obtener frutos de la tierra y pescar, les permitió prosperar: en 1628 nuevos colonos fundarían un nuevo asentamiento, Salem, y en 1630 nacía la ciudad de Boston, ambas en la que se conocía como la colonia de la Bahía de Massachusetts. La mayoría de los nuevos colonos habían huido de las islas británicas por cuestiones religiosas, eran puritanos, protestantes calvinistas que se oponían a la consolidación de la iglesia anglicana en Inglaterra. Por todo ello, la vida social y política de la nueva colonia estuvo siempre marcada por la profunda religiosidad de sus habitantes. Un moralismo radical teñía la convivencia y se mezclaba con una fuerte intolerancia religiosa, mientras se concebía el gobierno como un brazo que debía cumplir los designios de Dios. A pesar de las enormes dificultades encontradas, a partir de 1635, los colonos se extendían ya por la zona de Connecticut, mientras Roger Williams, un puritano defensor de la tolerancia religiosa y la separación entre poder civil y religioso, abandonaba Massachusetts y fundaba una nueva colonia en Rhode Island, la cual se cimentaria sobre la base de la libertad religiosa. 
Los puritanos tenían un carácter independiente y querían evitar en la medida de lo posible el control sobre ellos de la corona y el parlamento inglés. Participaban todos en el gobierno de la colonia y conformaban una sociedad igualitaria en la que los miembros de la comunidad elegían a sus diputados y representantes. Con el tiempo, la colonización se extendería por toda Nueva Inglaterra, hacia New Hampshire y más tarde a los territorios del actual estado de Maine. Eran hombres religiosos que poseían armas y que tuvieron que enfrentarse muchas veces a los nativos americanos. Todos sabían leer porque su deber era conocer la Biblia, por lo que en las nuevas ciudades proliferaron las escuelas e imprentas.

El Mayflower-II es una réplica del buque Mayflower que llevó a los primeros pioneros hasta la costa americana de Massachusets. Fue construido en 1955 y botado en 1956. Fuente: www.seahistory.org

La partida de los Padres Peregrinos desde Plymouth en 1620, según una obra del pintor británico Bernard Finigan Gribble.
Al sur de Nueva Inglaterra y al norte de Virginia existían extensos territorios que serían también foco de colonización muy pronto. En 1681 la corona le concede al cuáquero William Penn el territorio que después sería Pennsylvania. Penn organizó las nuevas tierras de forma concienzuda y consiguió atraer a numerosos colonos ofreciendo 50 acres de tierra a cada uno de ellos. Llegaron así granjeros, campesinos y artesanos que rápidamente hicieron florecer la nueva colonia. Los cuáqueros eran perseguidos en Inglaterra por no aceptar la obediencia a la autoridad existente, eran defensores de la justicia, la vida sencilla, la integridad moral, la honradez estricta y el pacifismo. Cuestionaban la religión establecida, evitando la pomposidad y la guía sacerdotal. Penn fundó la ciudad de Filadelfia, que creció muy rápido, e impuso la tolerancia religiosa y un orden democrático. Opuesto a la esclavitud y los siervos de rescate (blancos que trabajaban durante varios años para aquellos que le habían pagado el viaje), quería una colonia de distintas razas, religiones y lenguas en armonía. Y de hecho, a Pennsylvania llegarían en las décadas posteriores muchos colonos no ingleses, sobre todo alemanes, que dejaron sus lugares de origen por razones económicas o religiosas (menonitas, etc.). Igualmente, muchos colonos alemanes se asentarían después, a principios del XVIII, en la zona de New York, que desde 1664 pertenecía a Inglaterra, tras la rendición de los holandeses, fundadores de la ciudad en 1625 con el nombre de Nueva Amsterdam. La zona había sido cedida por el rey británico, Carlos II, a su hermano, el Duque de York, y tras su conquista, la ciudad fue rebautizada como New York en su honor. En 1664 el duque de York se hizo también con el control de los territorios de los actuales estados de New Jersey y Delaware, que había sido una colonia sueca hasta 1655 y que en ese momento también se hallaba bajo control de los holandeses. La colonia de Delaware pasaría a estar bajo la órbita de Pennsylvania durante las décadas siguientes.
 Tratado de William Penn y los indígenas Delaware en Shackamaxon. Óleo de Benajamin West.

Estas colonias (Nueva York, Pennsylvania, Delaware, New Jersey) estarían, por su estructura social y económica, muy próximas a las situadas más al norte, en Nueva Inglaterra, con las que tendrían muchos rasgos coincidentes. Todas ellas estaban compuestas mayoritariamente por campesinos autosuficientes, con una agricultura sin grandes latifundios, donde la aspiración por una nueva sociedad era fundamental, y donde pronto se desarrollaron grandes ciudades como Filadelfia, Nueva York o Boston, convertidas en el paradigma, especialmente a partir del siglo XVIII, del ascenso de una sociedad comercial, industrial y burguesa.
A pesar de las diferencias existentes entre las colonias del sur y del norte, así como entre todas y cada una de ellas, el caso es que las trece colonias estuvieron marcadas por un crecimiento económico y demográfico constante e intenso. La tierra era abundante y la mano de obra escasa, lo que daba enormes posibilidades a los hombres libres que allí llegaban, los cuales podían prosperar con facilidad y conseguir una independencia a nivel económico que hubiera sido imposible en la vieja Europa. La americana resultaba una sociedad mucho más igualitaria, en la que jamás existió algo similar a una nobleza feudal, y en la que se fue fraguando a lo largo del siglo XVII y XVIII una mentalidad propia, marcada por los ideales religiosos calvinistas y puritanos de austeridad, laboriosidad y espíritu participativo. Pero, además, dicha mentalidad se vio aderezada con ingredientes propios del espíritu de frontera como es el desarrollo de un profundo individualismo y un agudo sentido de la autonomía personal. Esta mentalidad se mostraría de forma evidente durante la Guerra de Independencia americana, donde resultaría decisiva.

LA GUERRA DE INDEPENDENCIA Y EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA NACIÓN

A mediados del siglo XVIII la población de Estados Unidos superaba el millón de habitantes y crecía con fuerza. A la altura de la independencia, veinte años después, se alcanzaban los dos millones y medio, repartidos en las trece colonias existentes: Massachusetts, New Hampshire, Rhode Islands, Connecticut, Nueva York, New Jersey, Pennsylvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia. Las nuevas colonias se había convertido en lugares prósperos que atraían población desde Europa. Gozaban de autonomía a nivel político, pero las clásicas relaciones económicas coloniales cercenaban su desarrollo  económico: Gran Bretaña monopolizaba el comercio, los americanos tenían que comprar sus productos y no podían instalar determinadas industrias que pudieran competir con las de la metrópoli. Las colonias americanas se veían así convertidas en suministradoras de materias primas, a la vez que engrosaban las arcas de corona gracias a los fuertes impuestos.
La situación se vio agravada con el fin de la Guerra de los Siete Años (1756-63) que enfrentó especialmente a Gran Bretaña y Francia, aunque intervinieron otras potencias europeas como España. La guerra terminó en 1763 con el Tratado de París, que supuso el fin del imperio colonial francés en América del Norte y la consolidación de Inglaterra como potencia hegemónica en la zona. A cambio, los colonos francófonos católicos de Quebec fueron respetados en sus derechos religiosos, políticos y económicos.
Esto no agradó nada en las trece colonias, que se sentían injustamente tratadas por la metrópoli, a pesar de haber colaborado activamente en la guerra contra Francia tanto militar como económicamente. Por el contrario, Gran Bretaña trató de cargar el costo de la guerra sobre las propias colonias, a base de impuestos. La ley del Sello o Ley del Timbre (Stamp Act), en 1765, iba en esta línea, al gravar los documentos y publicaciones. A estos impuestos habría que añadir otros nuevos sobre el papel, el vidrio o el plomo, o sobre productos de gran consumo como el té. Estos impuestos crearon un gran malestar en las colonias, que consideraban injusto cualquier impuesto aprobado en el parlamento inglés, cuando ellas no participaban en la elección de Parlamento británico. Esta postura llevó a la generalización en las colonias de la oposición al pago de dichos impuestos: si no se tenía representación política, tampoco se debían pagar impuestos.
El té terminaría siendo clave en todo el proceso. El boicot de los americanos al té inglés, importado por la Compañía de las Indias Orientales, frente al té de origen holandés, introducido por los contrabandistas americanos a precios más baratos, desató el conflicto. El gobierno británico eliminó los aranceles para el té de la compañía inglesa (Ley del Té o Tea Act) lo que la volvió a hacer competitiva en precios. La reacción de colonos fue de activa oposición y en diciembre de 1773 se producía el Motín del Té (Boston Tea Party), en el que algunos colonos, disfrazados de indios mohawks, lanzaron al mar los cargamentos de té que la compañía tenía en los barcos del puerto Boston. La reacción de las autoridades fue el cierre del puerto y la represión sobre los rebeldes, lo que supuso la puesta en marcha de las llamadas Leyes Intolerables (Intolerable acts), que eliminaban algunos de los derechos históricos de la colonia de Massachusetts, incluido su autogobierno, provocando, a su vez, una ola de indignación generalizada en el conjunto de las trece colonias.

Boston tea party, litografía de Nathaniel Currier de 1846. Fuente: Wikimedia commons.

De esta manera, el descontento surgido se extendió como la pólvora por las trece colonias y desembocó en 1774 en la organización del Primer Congreso de Filadelfía, donde se reunieron representantes de todas las colonias menos Georgia, y en el que se formuló una declaración de derechos y agravios, defendiendo el derecho de las colonias americanas a gestionar sus asuntos internos. La corona rechazó de forma tajante sus peticiones y postulados. El clima para la independencia ya estaba creado, aunque todavía había muchos colonos que mantenían su lealtad al rey inglés, Jorge II, los llamados lealistas o kings men. Se calcula que una cantidad que oscilaría entre el 15% y el 20% de los colonos permaneció a lo largo del proceso de independencia del lado británico.
En abril de 1775 se iniciaban los primeros enfrentamientos armados entre los colonos y el ejército británico en la zona de Massachusetts: batallas de Concord y Lexington, asedio a Boston y batalla de Bunker Hill. Esta última, aunque se saldó con la victoria final de los británicos, demostró la enorme capacidad de resistencia de los insurrectos y su determinación, lo que se evidenció en el elevado número de bajas del ejército vencedor. En mayo de ese año se celebraba el Segundo Congreso en Filadelfia, que empezó a funcionar como un gobierno, organizando un ejército, cuyo mando se confirió a George Washington, un terrateniente esclavista de Virginia, un hombre reflexivo y con carácter, cuyo nombramiento fue clave para reducir los iniciales recelos de las colonias del sur al proceso de independencia. Washington fue el encargado de convertir en un verdadero ejército, lo que era un amasijo de hombres de la más diversa procedencia, donde había desde agricultures y cazadores, hasta comerciantes y aventureros, la mayoría de ellos sin disciplina ni experiencia militar.
La batalla de Lexington, 19 de abril de 1775. Obra de Don Troiani

Stand Your Ground Lexington Green de Don Troiani, nos muestra el combate entre las milicias americanas y el ejército británico en la batalla de Lexington, Massachusetts.

Concord Bridge, obra de Don Troiani, nos muestras los combates en Concord (Massachusetts) entre los milicianos americanos y los soldados británicos en los primeros momentos de la Guerra de Indenpendencia.


Bunker Hill, obra de Howard Pyle. La batalla resultó ser una victoria pírrica del ejército británico.
En junio de 1776 la colonia de Virginia proclamaba su independencia, creando una constitución y la  primera declaración de derechos humanos moderna de la historia, la Declaración de Derechos de Virginia, que recogía los principales derechos y libertades: igualdad ante la ley, soberanía popular, división de poderes, libertad de expresión y religión, derecho a la vida y a la propiedad. Tal iniciativa obligó al Segundo Congreso Continental a poner en marcha el proceso de independencia de Estados Unidos. El 11 de junio se designaba un comité para desarrollar la Declaración de Independencia, lo formaban cinco miembros, John Adams de Massachusetts, Benjamin Franklin de Pennsylvania, Thomas Jefferson de Virginia, Robert R. Livinston de Nueva York y Roger Sherman de Connecticut. El borrador inicial fue realizado por Thomas Jefferson y la Declaración de Independencia fue aprobada por los 56 miembros del Congreso el día 4 de julio de 1776, lo que suponía la independencia de las trece Colonias del Imperio británico y su constitución como un nuevo estado. En él se defendía la democracia política, la libertad, la división de poderes, la igualdad jurídica y el derecho a la rebelión contra la tiranía:
"Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla, o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad".

Declaration of Independence, obra de John Trumbull.

A pesar de los pasos dados, la independencia de las trece colonias estaba todavía muy lejos de materializarse. Gran Bretaña rechazaba la declaración, y en esos momentos era una gran potencia militar: contaba con la mayor flota de guerra del planeta, cuyos buques participarían activamente en el conflicto militar, y un imponente ejército, formado por profesionales experimentados y entrenados, que llegó a tener más de 70.000 soldados en Norteamérica, entre los que tendríamos que incluir los 30.000 mercenarios alemanes que servían en el ejército británico. En frente se hallaba un ejército con unos pocos miles de soldados mal equipados y poco preparados, a los que habría que añadir las milicias de cada estado. Era un ejército embrionario que carecía de una oficialidad formada y profesional, y como prueba de ello se hallaba su comandante en jefe, el propio George Washington, que no era más que un antiguo teniente coronel de las guerras franco-indias (Guerra de los Siete Años). Washington tenía cierta experiencia militar, pero desconocía lo que era comandar un ejército y mover grandes conjuntos militares. Sin embargo, la inicial desventaja de los americanos se veía compensada por la prepotencia inglesa, cuyo estado mayor tardó en darse cuenta de la dificultad que entrañaba la victoria. Los ingleses confiaron siempre en la superioridad técnica y militar de su ejército y desdeñaron a los insurrectos, a la vez que sobredimensionaron los apoyos existentes entre los colonos a la causa real, no hay que olvidar que los lealistas fueron siempre una minoría. Por otro lado, Gran Bretaña tenía que dirigir una guerra a miles de kilómetros de distancia y los suministros y la intendencia resultaron pronto un grave problema. A ello habría que unir las enormes distancias y la falta de control del terreno, pues fuera de las ciudades, el peso específico de los rebeldes americanos era mucho mayor y la capacidad de movimiento del ejército americano era mucho más elevada. A esto habría que añadir un hecho que no hay que desdeñar: la no existencia de un centro neurálgico, que tomado, hubiera permitido acabar pronto con la rebelión. Por el contrario, los ingleses se hallaban ante un territorio marcado por una enorme fragmentación política, con trece colonias con sus respectivos gobiernos, con escasas ciudades y enormes extensiones. El ejército británico buscó siempre una batalla decisiva que nunca consiguió, mientras el ejército americano optaba por el hostigamiento, las pequeñas escaramuzas y las tácticas de guerrilla, buscando el desgaste del enemigo.

Composición realizada a partir de imágenes extraídas de Pinterest

Composición realizada a partir de imágenes extraídas de Pinterest


En 1776 y 1777 la guerra desembocó en una situación de tablas entre ambos ejércitos, que sin embargo, confería más posibilidades a los americanos, al permitir la consolidación de su ejército, a la vez que ganaban en preparación y aumentaba su moral. Tras la batalla de Long Island (también conocida como batalla de Brooklyn), a finales de agosto de 1776, el general británico William Howe tomaba New York, que desde ese momento y hasta su evacuación final en 1783, se iba a convertir en el gran feudo británico durante la guerra. A pesar de la derrota, Washington consiguió evacuar al grueso de su ejército de Manhattan, lo que le permitió posteriormente obtener algunas estratégicas e importantes victorias en la zona de New Jersey. Tras cruzar el helado río Delaware, atacó en diciembre de 1776 a los británicos, venciéndolos en la batalla de Trenton y más tarde, en enero de 1777, en la de Princeton. Aunque se trataba de victorias menores desde el punto de vista estrictamente militar, tuvieron un papel determinante y marcaron una inflexión en la guerra, al permitir que el ejército de Washington, marcado por las deserciones y la desmoralización, pudiera recuperar su autoestima y prestigio, lo que multiplicó en lo sucesivo la llegada de nuevos reclutas que se incorporaron al nuevo ejército.

El regimiento Delaware en la batalla de Long Island el 27 de agosto de 1776 (foto Domenick D'Andrea de un cuadro de la Guardia Nacional de EE.UU.).


Washington cruzando el Delaware, óleo de Emanuel Leutze.
A finales  de 1777 se produciría, sin embargo, una inflexión en la guerra que cambió el signo de los acontecimientos en favor de los insurgentes. A pesar de la ocupación de Filadelfia en septiembre de 1777 por parte de los británicos, que no supuso un golpe tan importante como en principio pudiera pensarse, en octubre de ese año se producía la batalla de Saratoga, al norte de New York, la primera victoria importante de los colonos, que se impusieron a los mercenarios alemanes del general Burgoyne. La batalla resultó clave, porque reforzó la convicción en la victoria de los rebeldes y porque decidió a Francia y a España a entrar en el conflicto, lo que decantó la guerra a favor de los insurrectos. El Tratado de París de 1763, que había puesto fin a la Guerra de los Siete Años, había tenido funestas consecuencias para Francia y España, ahora ambas potencias podían tomarse la revancha apoyando sin reservas a los rebeldes americanos. Meses después de la batalla de Saratoga, en febrero de 1778, los franceses perciben las posibilidades de los rebeldes y optan por una alianza con ellos: envían munición, armas y provisiones, adiestran a los soldados americanos, e intervienen de forma directa a través de su flota naval y el envío de miles de soldados al mando del marqués de La Fayette y del mariscal Rochambeau. España, sin embargo, se involucró en menor medida en la guerra: aportó dinero, armas y municiones, pero nunca intervino de forma directa. Tenía interés en la derrota de los británicos, lo que le permitiría recuperar Gibraltar y Menorca, así como territorios al norte de Florida (Pensacola o Mobile) o las zonas perdidas en el Caribe de América central, como Honduras y Campeche; pero era consciente del peligro de que el movimiento de emancipación se extendiera a su propio imperio colonial.
La ayuda extranjera terminó resultando determinante para el ejército americano, que vivió en el invierno de 1778  una nueva prueba de fuego: Washington trató de buscar un lugar donde acuartelar su ejército y acampó en Valley Forge, donde en malas condiciones, se dispuso a soportar el invierno. La falta de alimentos, higiene, ropa y refugio adecuado resultaron una dura prueba para el nuevo ejército, provocando la muerte de uno de cada cuatro soldados. Sin embargo, el ejército de Washington se sobrepuso y no se disolvió. Con la ayuda de los franceses, al final del invierno, los llamados "patriotas" se recuperaron y salieron reforzados de la experiencia.

Washington in Valley Forge , obra de Edward P. Moran.

La batalla decisiva llegaría en septiembre de 1781. Los británicos, ocho mil hombres dirigidos por lord Charles Cornwallis, abandonaron sus feudos del sur (costas de Georgia, Carolina del Sur y Carolina del Norte), donde se habían hecho fuertes, y avanzaron hacia Virginia, asentándose en Yorktown. Allí, más de 10.000 franceses y 9.000 insurgentes americanos sitiaron la ciudad. La flota francesa evitó la llegada de refuerzos británicos por mar y Lord Cornwallis tuvo que rendirse en octubre de 1781.

Disposición de las tropas americanas, francesas e inglesas en la batalla de Yorktown. Fuente: theMAPfactory.com
























General Lafayette durante la campaña de Yorktown , Virginia 1781, obra de Don Troiani.

El Mundo al Revés, Yorktown, 19 de octubre de 1781, obra de Mort Kunstler.




El Tratado de París ponía fin definitivamente a la guerra. El predominio en el mar seguía siendo británico, pero en tierra se imponían los rebeldes y Gran Bretaña firmaba la paz con los nuevos Estados Unidos de América. Se reconocía el nuevo estado, que se extendería al norte de Florida, al sur de Canadá y al este del Mississippi; se aceptaban las confiscaciones de las propiedades de los lealistas, colonos fieles a Gran Bretaña, decenas de miles de los cuales huyeron hacia Canadá. España era el otro gran beneficiado: recuperaba Menorca, Florida se consolidaba bajo su soberanía, recuperaba las costas caribeñas de Honduras, Nicaragua y Campeche, aunque Gibraltar, que había resistido un asedio español, quedaba bajo control británico. A pesar del gran esfuerzo económico y militar en favor de los insurgentes, Francia obtuvo un botín limitado: islas de las Antillas como Tobago o Santa Lucía, algunas plazas en África, además del enclave de San Pedro y Miquelón y derechos de pesca en Terranova (Canadá).

LAS BASES DEL NUEVO ESTADO

Tras el Tratado de París de 1783 surgía un nuevo estado que, sin embargo, se hallaba muy lejos de estar definido. En un principio, y en la práctica real, existían trece estados diferenciados y soberanos, unidos entre sí por tenues vínculos de gobierno. De hecho, entre 1776 y 1780, cada uno de ellos se fue dotando de su propia constitución: el primero fue New Hampshire, en enero de 1776, más tarde lo hicieron Carolina del Sur, Virginia y New Jersey, el último sería Massachusetts, en 1780, aunque su constitución sería la primera en ser refrendada por el pueblo. Los nuevos estados tenían como eje vertebrador una institución, el Congreso de la Confederación, el órgano de gobierno de los Estados Unidos entre 1781 y 1789, formado por delegados nombrados por las legislaturas estatales. Tal institución había sucedido al Segundo Congreso Continental, reunido en Filadelfía, pero tenía escasas atribuciones reales. Estaban vigentes los llamados "Artículos de la Confederación", el primer documento de gobierno de la historia de Estados Unidos, un total de 13 artículos que sancionaban la soberanía de cada estado, permitiendo la libre circulación de mercancías y personas, pero dejando para el Congreso tan solo las atribuciones monetarias, militares y de política exterior. Terminada la guerra, tal marco jurídico e institucional resultaba a todas luces insuficiente y pronto surgieron problemas de toda índole. El Congreso decidió entonces dar un paso en la construcción institucional y jurídica: se creó una convención en Filadelfia, compuesta por 55 miembros, que se ocupó de redactar una constitución federal en 1787. En su elaboración destacaron hombres como James Madison, Alexander Hamilton o Gouverneur Morris. Con la nueva constitución surgía un nuevo estado bien definido, marcado por su carácter liberal, democrático, republicano y federal. La Constitución de 1787 sigue hoy vigente, aunque modificada y actualizada por sucesivas enmiendas posteriores, y es considerada, salvando el caso de las constituciones estatales previas, la primera constitución escrita de la Historia.

La constitución de los EE.UU. es considerada la primera constitución escrita de la Historia. F.: edition.cnn.com

La constitución recogía los principios básicos del liberalismo político: la soberanía popular, la división de poderes o los derechos y libertades individuales (libertad religiosa, de imprenta o expresión, de reunión, el habeas corpus o derecho a no ser detenido arbitrariamente). Establecía igualmente un estado federal, que trataba de compaginar la soberanía de los estados miembros (cada uno gozaba de gran autonomía, con parlamento y constitución propia) con la existencia de un estado central con poderes bien definidos, surgiendo desde el principio una cierta tensión entre los partidarios de un poder federal fuerte y aquellos que defendían la mayor autonomía de los estados.
El nuevo poder federal se estructuró en base a la división de poderes. El poder legislativo residía en un Parlamento o Congreso de carácter bicameral, elegido por sufragio universal directo y masculino. Existían dos cámaras, por un lado, un Senado en el que se defendían los intereses de cada estado, y en el que éstos estaban representados de forma equilibrada (dos miembros por estado), por otro lado, una Cámara de Representantes, en el que se veía reflejada la soberanía del conjunto de la Nación y donde cada estado aportaba un número de representantes en función de su población. El Congreso aprobaba los impuestos y los presupuestos, tenía la iniciativa legislativa de hacer las leyes y declaraba la guerra y la paz.
El Capitolio de Washington es la sede del poder legislativo de EE.UU. Fuente: es.wikiarquitectura.com






Retrato de G. Washington, por G.S. Williamstown
El poder ejecutivo estaba encarnado en el presidente, elegido cada cuatro años por sufragio universal, indirecto y masculino. Según este sufragio, los ciudadanos no elegían directamente al candidato, sino que con su voto delegaban esa función en 538 compromisarios o electores -nominados por los partidos políticos- que son los que a su vez votarían en su nombre en los 13 estados. Elegido por cuatro años, el presidente es el ejecutor de la ley federal, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, se haya al frente de la política exterior y podía ejercer el derecho a veto sobre la legislación del Congreso. El presidente nombraba a los miembros del gobierno, el Gabinete, que son presentados al Senado para su ratificación por mayoría simple. Juran entonces su cargo y reciben el nombramiento de secretario, siendo su cometido el de aconsejar y asistir en sus deberes al presidente. El primer presidente fue George Washington, que fue investido en 1789, después de un voto unánime del colegio electoral, que a su vez designó un Gabinete de cinco personas: Thomas Jefferson (secretario de Estado, lo que en la Europa actual sería un ministro de exteriores), Alexander Hamilton (secretario del Tesoro, equivalente a los ministros de hacienda y economía), Henry Knox (secretario de Guerra, equivalente a un ministro de defensa actual), Samuel Osgood (jefe del Servicio Postal, se encarga de las comunicaciones de correo, desde 1971 este cargo ya no está en el Gabinete) y Edmund Randolph (Fiscal General, equivalente al ministro de justicia y el único cargo que no tiene la denominación de secretario).

Inaugurada en 1800, la Casa Blanca ea la residencia oficial del Presidente de los Estados Unidos y su principal lugar de trabajo. Desde el principio se convirtió en el símbolo del poder ejecutivo. Fuente: laboratoriomediatico.com

El poder judicial sería independiente y estaría encarnado en el Tribunal Supremo, sus miembros eran nombrados por el presidente y debían velar porque las leyes se ajustaran a la constitución, a la vez que juzgaban las disputas entre los estados.
Un elemento a tener en cuenta, es que el nuevo sistema político no confería derechos políticos a la población negra, que no podía participar en las elecciones al Congreso y a la presidencia. Los esclavos negros suponían una quinta parte de la población del país, la mayoría concentrada en los estados esclavistas del sur: Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Virginia y Maryland. No existió en aquella época un debate en torno a la esclavitud, tampoco sobre los derechos políticos de los negros, cuyo solo planteamiento hubiera quebrado el nuevo país antes de surgir. Prueba de ello, es que tanto George Washington, como Thomas Jefferson, dos de los llamados "Padres fundadores", eran terratenientes poseedores de esclavos. Jefferson fue el redactor de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, que establecía que "todos lo hombres eran creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Nadie se planteó entonces que estas palabras pudieran ser aplicables a la población negra. El debate político entorno a la población negra existió, pero no respecto a los derechos políticos de los negros, sino a si se tenía en cuenta, y en qué medida, a la población negra a la hora de establecer la población que debía generar representantes en la Cámara de Representantes. Curiosamente, los estados más defensores de las tesis esclavistas defendían que se tuviera en cuenta a la población esclava a la hora de aportar representantes al Congreso. Tal contradicción no era tal, en los estados del sur la población esclava era muy abundante, en algunos casos superior a un tercio del total, no tenerla en cuenta restaba mucha presencia política a dichos estados en las instituciones estatales. Al margen de este debate, lo que si parece claro es que con la independencia, la esclavitud se fortaleció y creció con fuerza en los estados de sur: en paralelo al desarrollo económico y territorial de la nueva nación, millones de africanos llegarían como esclavos a Estados Unidos en las décadas siguientes.

Washington representado como granjero en Mount Vernon, obra de Junius Brutus Stearns. En la imagen aparecen algunos de sus esclavos negros trabajando en las tierras de su propiedad.


Marcada por estos claroscuros, no podemos dejar de significar que la revolución americana constituye el primer ejemplo de revolución basada en los principios del liberalismo político, a la vez que el primer proceso descolonizador desarrollado en el mundo, y que en ambos aspectos tuvo una enorme repercusión a nivel mundial. Fue un referente en la lucha que la burguesía europea desarrollaría en sus procesos revolucionarios a partir de la revolución francesa de 1789, así como en los procesos de independencia de los países de América Latina, iniciados a principios del siglo XIX.

En este vídeo podemos disfrutar de un estupendo resumen de todo el proceso de independencia de los Estados Unidos de América. En él se abordan de forma sencilla y amena las causas, el desarrollo y las consecuencias del proceso.

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